FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Séptima parte).


LA COMODIDAD ES SUPERFICIAL 

Yo nací en una pobre gruta. Mis tiernos miembros tocaron la paja, mientras el más pobre de los pobres en el mundo nació por lo menos en una cuna y fue acogido con todo cuidado. 

El mundo no piensa más en Mí que nací en un pesebre, es decir en el vacío de todo lo que es humano. Y las almas no me poseen porque no han vaciado del todo su corazón. 

Se prefiere el placer más que a Mí y casi siempre se prefieren las cosas más insignificantes de la tierra que a Mí. Es por este motivo que son pocas, poquísimas las almas que me dejan libre la entrada en sus corazones para hacer mi morada. 

¡Cuán lejanas están las almas de mi pobreza! El espíritu de pobreza ya no es apreciado; se desea la vida cómoda, el gozo, el lujo; se quiere aparecer mejores, los primeros y por esto se hace desaparecer toda huella de pobreza. En el mundo aletea el rechazo total del espíritu de pobreza. 

¿Y mis sacerdotes aman la pobreza? ¿Es el amor de las almas que los mueve en sus actividades, o es el deseo del dinero? 

¡Oh ministros del altar, no meditáis suficientemente mis palabras: "Los lobos tienen sus cuevas, los pájaros su nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza" 

¿Qué será, cuando partáis de este mundo, del dinero que habéis acumulado? Os daréis cuenta de haber acumulado para otros. En tu habitación, contentáos con lo necesario. Evitad lo superfluo y no desperdiciéis el dinero en diversiones inútiles. ¡Dad lo superfluo a los necesitados y sostened las obras de caridad! 

El dinero guardado es para vosotros un grave peligro espiritual, porque apegáis vuestro corazón y porque dais un mal ejemplo a los fieles, que aman ver al sacerdote desinteresado, también en esto, diferente de los demás hombres. 

El dinero os lleva a las comodidades, a daros todos aquellos placeres que comúnmente se dicen lícitos (lícitos porque no son evidentemente malos), pero que sin embargo no siempre están libres de culpa o por el abuso o por el apego exagerado. ¡Cuántos pecados veniales deben dar cuenta a la Divina Justicia! 

¿Dónde descontarán mis sacerdotes estas miserias morales?... Existe el Purgatorio, que es una dolorosísima reparación para todos, pero sobre todo para los consagrados. 

En vuestra predicación habéis tratado el tema del Purgatorio describiendo con vivos colores las penas de las almas que se purifican en la ultratumba. De lo que habéis dicho, habéis dicho poco, porque del Purgatorio sólo pueden hablar apropiadamente aquellos que están allí (actualmente ya ni siquiera hablan del Purgatorio: para la inmensa mayoría de los sacerdotes actuales, 2003, el Purgatorio, en la práctica, no existe, cuando realmente sí existe, es dogma de fe, y los sufrimientos que se sufren allí son verdaderamente horrorosos, casi los del Infierno, de los que sólo se diferencian en la eternidad, y en que en el Infierno se odia, y en el Purgatorio se ama a Dios y a todos los que están allí...) 

¡Pero no pensáis, vosotros sacerdotes, especialmente vosotros que sois más libres, no pensáis que el Purgatorio es hecho sobre todo para vosotros? Allí seréis purificados por la Justicia Divina, antes de ser admitidos en mi Gloria. 

Poco amor de Dios, poca delicadeza de conciencia, satisfacción del corazón y de los sentidos, especialmente de la gula, curiosidad malsana, tiempo desperdiciado, porque no es utilizado para la Gloria de Dios, frialdad con el prójimo, indiferencia para con las necesidades de los demás... todo es pesado por la Justicia Divina en la hora del Juicio Final y todo se deberá pagar. 


¡BUSCO ALMAS!... 

Lo que perece es nada; la materia es conveniente sólo para el tiempo; es el alma humana lo que vale, porque durará toda la eternidad. 

El tiempo transcurrido en la tierra no tendría significado si las almas no fueran inmortales. ¡Ah, las almas!... Por las almas vine a la tierra. Por su amor sufrí tanto y por su amor expiré en la Cruz, martirizado desde la cabeza a los pies, que parecía un leproso. Moretones, llagas y Sangre por todo el cuerpo y todo esto por Amor a las almas. 

Mi sueño siempre ha sido y será la salvación de las almas. 

Y, ¿qué otro deber tienen todos mis sacerdotes? ¡Salvarse y salvar! 

Ante todo se debe salvar la propia alma; es el deber más grande y es estrechamente personal; luego se debe trabajar para salvar a los hermanos. 

La parábola de los talentos debería hacer reflexionar a los sacerdotes que son poco cuidadosos, pues el siervo ocioso fue puesto en las tinieblas donde hay llanto y rechinar de dientes. 

¿Por qué os he escogido entre las innumerables criaturas y os he revestido con la dignidad sacerdotal? ¿Tal vez para gozar más y para que gocéis de la bella vida? ¿Por qué se os ha dado años, sino para incrementar los talentos recibidos? ¿Qué ganancia debe estar en el primer puesto en vuestros pensamientos si no el gran número de almas para salvar? ¿Cuál es el fruto de vuestro ministerio si no me presentáis continuamente almas salvadas? 

Ciertos sacerdotes son demasiado mezquinos, preocupados solamente de no caer en la culpa grave; cuando alcanzan a estar un poco en equilibrio y sin caídas, creen que pueden estar tranquilos con su conciencia. ¡Es un gran error! 

El primer paso es ciertamente el de evitar el pecado grave. Pero esto no es suficiente para nadie, mucho menos para los sacerdotes, que deben ser apóstoles, luz y sal de la tierra. Y si bien deben huir del mal, deben preocuparse con todas sus fuerzas de hacer el bien. Dejar de un lado el bien, cuando se tiene el deber como ministros de Dios, cuando se tiene el tiempo y las circunstancias lo permiten, es un pecado de omisión. 

¡Cuántas almas que instruir, cuántas aconsejar, cuántas consolar! ¡Cuántas personas buscan al confesor! ¡Cuántos enfermos moribundos que asistir! ¡Cuántos niños que plasmar en la Fe! ¡Cuantos centros de trabajo que visitar para ponerse en contacto con multitudes de obreros que se han olvidado de Dios! ¡Cuánto trabajo está delante de cada sacerdote! 

Y mientras las necesidades de las almas son tantas y urgentes, ¿dónde están y qué están haciendo mis sacerdotes?... ¿Cómo ocupan su tiempo?... Horas y horas delante del televisor, viajes de placer, pasatiempos, visitas peligrosas... prolongadas... ¿Y las almas? Están allí esperando a alguien que parta el Pan de la vida, ¡pero no lo encuentran! 

¡Laborad, oh sacerdotes míos! ¡Utilizad vuestro tiempo! 

Trabajan más los enemigos de mi Iglesia, que muchos sacerdotes débiles en la Fe, tibios en el amor y a veces paralizados por una apatía total. 

¡Es tiempo de despertar y de renovarse en el espíritu! 

Sacerdotes, ¿es así que se sirve a Dios, al Sumo Amo que os ha dado sus talentos?... 

A cada sacerdote he dada talentos, a quien uno, a quien dos, a quien cinco. A quien más le ha sido dado, más se le pedirá. 

Tengo sacerdotes ardientes de caridad, sedientos de almas; para ellos todo es nada o casi nada; para ellos lo que cuenta es la salvación de las almas, de muchas almas. 

Pero si en el mundo tengo millares de sacerdotes cuidadosos, ¿por qué no pueden ser así también las otras decenas de millares? 

¡Meditad todos en la suerte que le tocó al siervo ocioso, que no hizo fructificar el talento del patrón! En el día del Juicio Final, cuando los sacerdotes ociosos verán a tantas almas malogradas por culpa de su ociosidad, comprenderán el gran mal que se han hecho a sí mismos y a los hermanos y cuánta alegría han sustraído a Dios. 

¡Corregíos mientras estáis a tiempo!

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